Lo he escrito en el Tratado Teórico Práctico de Anatheóresis: Nacer es morir. Nosotros, los que esperamos al neonato a este lado de la vida, celebramos su llegada con el júbilo de quien ve surgir la vida. Pero el bebé, ese agonizante todavía inmerso en el sufrimiento de un tránsito que le lleva desde su orilla marina a la nuestra aérea, el bebé no nace, el bebé ha muerto. Todo tránsito de un estado a otro es muerte, como muerte será nuestro morir a esta vida aun cuando allí, en la otra, si la hay, ángeles y serafines jaleen nuestro nacimiento.

 

Las pautas del nacimiento –eso se hace claro en Anatheóresis- son un buril al rojo-fuego que graba en nuestro cuerpo y en nuestra mente casi enteramente -¿sólo casi?- las pautas de nuestro comportamiento.

Dime cómo has nacido y por analogía te diré qué niño y qué adulto serás. Lo malo es que ese conocimiento de cómo has nacido no lo pueden tener ni la madre ni el ginecólogo o cualquier otra persona que haya atendido el parto. Estos, desde su percepción de vigilia, opinan y afirman una realidad que no es la del neonato. La realidad de éste es otra. El neonato puede haber sido gravemente marcado –y así suele ocurrir- por hechos que la percepción beta, de vigilia, considera no sólo inanes, sino incluso positivos.

Por ejemplo, ¿cómo puede dañar al bebé un parto sin dolor, con la madre parcial o totalmente anestesiada o sedada? Lo que ocurre es que la medicina alopática nada sabe de sentimientos, pero el bebé sí sabe que perder la comunicación con la madre por causa de la anestesia en el momento de nacer es sentir la más terrible de las muertes por soledad. Sólo que lo sabe sintiendo, no discerniéndolo, de ahí que tampoco el adulto que ese bebé será conoce las pautas de nacimiento que le están enfermando. Sólo volviendo al momento de nacer y volviendo a ese momento con unos ritmos de frecuencia cerebral adecuados –en IERA- ese adulto conocerá y podrá disolver –al comprenderlos- esos sentimientos que le están dañando.

Y esto es Anatheóresis.
Joaquín Grau

 

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